Explotación bien hecha

Explotación bien hecha

La mayoría de nosotros crece creyendo que explotar a otros es malo. No hay que robar. No hay que mentir. Y sobre todo: no debemos explotar lo grupos de los que formamos parte, ya sea nuestra familia, nuestros amigos, o incluso la humanidad. La implicación es que la cooperación y la confianza se extinguirían si dicho comportamiento fuera a propagarse —llevando a la caída no sólo del grupo, sino también de los explotadores [Kant manda saludos].

Como han indicado varios economistas, existen medidas, principalmente a través del diseño de instituciones, que las poblaciones humanas toman para prevenir la propagación cultural de la explotación. Pero, ¿qué pueden hacer organismos no humanos para evitar la propagación de explotadores: es decir, grupos de individuos que —a diferencia de cooperadores en el grupo— no contribuyen al bien colectivo? ¿Cómo es posible que organismos multicelulares como nosotros hayan evolucionado, si no somos más que un grupo altamente integrado de células individuales? Resulta que la respuesta a esas preguntas nos puede forzar a ver a los explotadores no como una condena, ¡sino como los salvadores de la cooperación!

Mientras economistas y filósofos se han preguntado frecuentemente cómo la cooperación entre humanos es posible (ver Veit 2019), los biólogos han estado principalmente preocupados con una pregunta distinta: si los explotadores se benefician de sus acciones al costo de otros y entonces siempre van a superar a los cooperadores, entonces ¿Cómo es posible que la cooperación pueda evolucionar y persistir por un periodo extenso de tiempo? ¿No debería la evolución eventualmente eliminar a los cooperadores de las poblaciones en favor de los explotadores? La respuesta tradicional ha sido similar a la de los ecónomos —encontrar mecanismos o explorar las condiciones que ayudan a la persistencia de cooperadores (por ejemplo Michod 1999). En mucho del trabajo tradicional en biología, los explotadores habían sido vistos como un mal incuestionable. Herramientas en economía como la teoría de juegos se habían usado, de manera exitosa, en biología (ver Veit 2019). Pero a través de este proceso los biólogos heredaron las explicaciones agenciales comunes en economía —haciéndolos ciegos a potenciales roles positivos de los ‘explotadores’.

El biólogo evolutivo Paul Rainey, en una serie de publicaciones influyentes con colegas (2003, 2007, 2010, 2014), argumentó que dicha visión es muy estrecha —que, de hecho, tergiversa la importancia del conflicto en evolución. A través de un experimento emocionante sobre un posible mecanismo para la evolución de la multicelularidad, que fue eventualmente publicado por Nature (ver Hammerschmidt et al. 2014), se argumentó que los explotadores —aunque inicialmente quebrantaron la cooperación— últimamente restauraron la cooperación y, de hecho, la fortalecieron dentro del grupo.

Los autores argumentaron que el problema para la evolución de la multicelularidad es que las células cooperadores se encuentran frecuentemente unidas entre sí. No pueden dispersarse cuando los explotadores llegan. Entonces, los explotadores ocupan la población (debido a su mayor tasa replicativa) y eventualmente la dominan —llevando a la caída de todos.

Sin embargo, organismos genuinamente multicelulares son más que un grupo de células cooperativas. Están integrados en formas particulares de modo que hay codependencia, división de labor, y tienen células especializadas (de la línea germinal) que son responsables de la reproducción de los individuos.

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Al contrario de los cooperadores, los explotadores en poblaciones ancestrales, debido a la falta de producción de ‘pegamento celular’ (un bien común), pueden desprenderse de otras células. Si son capaces de producir células que sí se unen y cooperan, ya sea por medio de un switch genético o mutación en las células hijas, entonces un nuevo organismo colectivo puede formarse. Esta es una posible solución a los múltiples problemas de los biólogos: cooperación entre células individuales y un mecanismo de reproducción a nivel colectivo. Se obtiene un ciclo de vida y un nuevo nivel de organización en donde la selección natural puede actuar. Antes de Paul Rainey, sin embargo, nadie había formulado la hipótesis simple de que los ‘explotadores’ podrían jugar el papel de propágulos, es decir, funcionar como el sistema reproductivo del grupo. ¿Por qué?

La respuesta reside en lo que algunos consideran una manera perniciosa de pensar, común en biología. Como ya mencioné, los biólogos estaban ansiosos por aplicar las herramientas de economía en problemas biológicos. ¿Será este el error que eventualmente llevó a la introducción del pensamiento agencial (ver Godfrey-Smith 2009) en biología? Yo argumentaría que la cuestión es al revés. Los humanos aprecian las explicaciones agenciales y se han vuelto adictos a las narrativas que involucran agentes, metas, y propósitos (ver Rosenberg 2011 y Veit 2018). Constantemente buscamos describir el comportamiento de nuestros compañeros humanos como orientado a metas, y especulamos sobre otros deseos y creencias escondidos. Todos estamos equipados con esta teoría de la mente, conocida también como ‘psicología popular’ y que ha sido criticada por muchos como científicamente equivocada. A pesar de que los humanos la hemos usado por miles de años, parece haber poco o nada de mejora en cómo predecimos y explicamos el comportamiento de otros dentro de los últimos cientos de años (en la vida ordinaria).

¿Cómo es posible que organismos multicelulares como nosotros hayan evolucionado, si no somos más que un grupo altamente integrado de células individuales?

¿Qué justificación tenemos en biología para tratar organismos, genes, y la naturaleza como agentes? Los biólogos frecuentemente argumentan que este pensamiento agencial es simplemente metafórico. Nos ayuda a formular hipótesis nuevas y a ordenar nuestro pensamiento. De hecho, yo he defendido esta manera de pensar en una publicación con Daniel Dennett (famoso por su defensa de lo que llama ‘la postura intencional’), y con otros filósofos ‘Denettianos’ (Veit et al. por aparecer). Pero reconocer la utilidad de dicho modo de pensar no puede ser una carta ilimitada para ‘sacarse del apuro’. Como muestra el trabajo de Rainey, esta manera de pensar puede no sólo ser equivocada, sino también puede prevernirnos ver hipótesis alternativas, lo que es el centro de la defensa del pensamiento agencial como heurística. En su lugar, deberíamos acoger un pluralismo de modelos (ver Veit 2019) que nos ayude a generar hipótesis nuevas, sin tener que adoptar el modelo heurístico TAN seriamente. Al adoptar una variedad de modelos distintos, podemos dejar decidir a las investigaciones empíricas sobre cuál debe ser el futuro de las investigaciones teóricas.

No obstante, al final puede ser que tengamos que decidir entre aceptar que los ‘explotadores’ no son siempre malos, o la rendición total de nuestro lenguage intencional.

Si todo esto te ha parecido de interés, puede ser que quieras leer el trabajo de donde he basado mis opiniones: “Evolution of multicellularity: cheating done right“ (Veit 2019).

Walter Veit es candidato a doctor en historia y filosofía de la ciencia bajo la supervisión de Peter Godfrey-Smith y Paul Griffiths en la Universidad de Sydney. Antes, recibió una maestría en filosofía de las ciencias biológicas y cognitivas bajo la supervisión de Samir Okasha en la Universidad de Bristol. Puedes seguir su investigación aquí, o seguirlo en Twitter aquí.